Cuando cuidar se vuelve un mandato: los efectos subjetivos de ocupar el lugar de sostén en la familia

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Foto por Diki Kurniawan en Unsplash


En algunos relatos terapéuticos, aparecen historias de personas que desde muy tempranamente en la infancia ocuparon el lugar de adultas dentro de sus familias. No por elección, sino por una falta, por un vacío en la función materna o paterna que las colocó ahí, como si no hubiera otra opción. Ser quien cuida, quien sostiene, quien organiza lo que parece desbordado, puede volverse una forma de existir, pero también una carga silenciosa.

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Foto por Rinku Shemar en Unsplash


Esto no siempre se presenta de forma clara. A veces toma la forma de una angustia persistente, de una dificultad para tomar decisiones "egoístas", o de una necesidad de controlar que los otros estén bien para que el propio mundo no se derrumbe. Hay quienes viven atrapados en la idea de que si no lo hacen ellos, nadie más lo hará. Que si no intervienen, el caos se instala. Que si no sostienen, todo se cae.


En el trabajo clínico, muchas veces estas personas llegan consultando por dificultades para avanzar en proyectos personales, por un exceso de autoexigencia, o por una sensación de insuficiencia constante. Al explorar un poco más, aparece la escena fundamental: aquella en la que, siendo niños, debieron hacerse cargo de otros. De sus hermanos, de su madre, de las emociones que en casa nadie podía nombrar.


Esta posición, que en su momento pudo ser una estrategia de supervivencia, con los años se rigidiza. Se vuelve mandato: "debo estar para los otros" "debo lograr todo". Y es ahí donde aparece el malestar. Porque ese lugar de cuidado, asumido de forma prematura, desplaza el propio deseo. El tiempo para uno se vive como un robo, el placer como un lujo, el error como un fracaso imperdonable.


En terapia se trabaja, entonces, a partir de hacer visibles esas cargas. De cuestionar la idea —aprendida muchas veces desde la infancia— de que amar es sacrificarse. De revisar cómo ese mandato de cuidado desplazó el propio deseo, y cómo hoy el placer, el descanso o el error pueden vivirse como culpas.

No se trata de dejar de cuidar, sino de devolverle al cuidado su carácter de elección. Que quien cuida también pueda ser cuidado. Que quien sostiene también pueda, por momentos, soltar.

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Foto por Janek Valdsalu en Unsplash

La terapia puede ser ese espacio para revisar, entender, y abrir otras formas posibles de vivir(se).

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Foto por Zachery Perry en Unsplash


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