El mindfulness, o atención plena, se ha convertido en una moda para manejar el estrés y la ansiedad, ¡tan popular como las fotos de comida en Instagram! En esencia, es la práctica de estar presente en el momento. Pero, ¿qué pasa cuando esta práctica se convierte en una panacea para todos los males?
Si bien el mindfulness puede puede ser efectivo en algunas áreas importantes de la vida y es utilizado sobre todo en las terapias de tercera generación -las cuales han demostrado efectividad en trastornos graves de la personalidad y trastornos del estado de ánimo- como herramienta terapéutica, poner toda la responsabilidad de la salud mental en la individualidad suena a un discurso de autoayuda un poco peligroso. Al final del día, somos seres sociales, y el entorno en que vivimos tiene un impacto inmenso en nuestro bienestar. Ignorar este hecho puede llevar a una revictimización de quienes padecen trastornos del estado de ánimo.
Practicar mindfulness no significa que dejes de lado la realidad. Decir que solo tú eres responsable de tu salud mental es un argumento en el que ni la ciencia ni el sentido común están de acuerdo. A veces, la verdadera solución radica en mejorar las condiciones del entorno: una relación saludable, un trabajo funcional y, por supuesto, un sistema de apoyo.
En vez de ver el mindfulness como la única solución para todo, se debe considerar una combinación de estrategias que incluyan apoyo social, terapia profesional y prácticas de autocuidado. El mindfulness puede ser un aliado, ¡pero no es un superhéroe! Tener un enfoque integral es esencial.
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En un mundo que a menudo enfatiza lo individual, es fundamental recordar que el bienestar mental no es solo un asunto personal. El mindfulness tiene su lugar, pero no debe ser la única herramienta en nuestra caja de herramientas de salud mental.
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